sábado, 14 de mayo de 2011

El mal menor o los demonios sueltos

Los seres humanos tenemos desde siempre el temor de que nuestros actos y pensamientos provoquen el ridículo y discriminación social. Esta actitud de auto-represión de nuestras honestas posiciones, respecto al marketing machacón utilizado en la política es muy peligrosa para el desarrollo normal de la sociedad.
Optar por el derrotismo, aunándose a la  senda de la manada gris, es optar por el camino de la resignación, frustración y desmoralización con la esperanza futura de que “un alguien”  bondadoso y comprensivo nos redima generosamente del mal elegido.
La difusión del miedo desde el inicio de la humanidad ha sido la mejor herramienta utilizada por el poder para mantener al rebaño bajo su disciplina, sumisión y fidelidad a sus espurias voluntades.
El miedo social, como herramienta de subyugación de las voluntades, se expresan desde los métodos más brutales de represión hasta las maquiavélicas que viven encubiertas en democracias incipientes.
Para ello existen métodos psicosociales que lo promueven mediante personajes que la sociedad no vincula directamente al poder, para actuar como mensajeros encubiertos del encumbramiento del grupo al que apoyan y obtener luego sus pingues réditos.
El método más sencillo es provocar en sus más cercanos simpatizantes, llamémoslo de base, la difusión de su apoyo mediante el artilugio de una supuesta objetividad e independencia, utilizando mensajes de derrotismo como “el mal menor” o el de la “resistencia al contrincante inmoral”, uniéndose en fraternal menosprecio a la opción honesta del Voto Viciado.
El Perú, tiene legalmente establecido una opción que pocas democracias contemplan, la del rechazo  colectivo ante opciones que no representan el sentir de las mayorías. La enorme campaña mediática que sufre la población peruana tiene como único objetivo el de aturdir y persuadir a éstas a que desistan del acertado rechazo frontal a ambos candidatos.
El Voto Viciado no goza del obsceno soporte económico que derrochan Fujimori y Humala, tiene el digno camino de su pronunciamiento y animación mediante el boca – oreja, o utilizando canales abiertos como internet, para mantenerse viva como resistencia al desbarranco al que nos empuja la mediocridad, ofreciéndonos ese cambio positivo que jamás han representado.
Votar Viciado no es elegir a un dirigente. Es obligar a toda la clase política a consensuar unos principios de mínimos que marquen la senda por la que todos estemos de acuerdo en transitar.
No sucumbamos al derrotismo, emitamos nuestra opinión de rechazo. El ridículo pertenece sólo a los que se resignan por el mal menor, quienes jamás serán respetados por sus elegidos y por los engatusados por el canto del falso progresismo solidario, quienes prontamente nos ofrecerán como ofrenda gratuita a vecinos líderes abyectos de socialismos inexistentes.

martes, 10 de mayo de 2011

El porqué del Voto Viciado

Después de la pasada primera vuelta electoral del pasado 10 de abril, el Perú quedó casi dividido en dos grandes grupos ampliamente conocidos:
Uno, referido al  voto disperso expresado en tres candidatos (PPK, Toledo y Castañeda), que sumó un 44% del electorado y cuyas ansias de poder les cegó totalmente del verdadero sentir del pueblo peruano.
Y los otros, representado por dos candidatos (Humala y Fujimori) que aunque tienen planteamientos divergentes en su superficie mantienen unos estilos (quizás hasta principios) subyacentes muy similares.
Podríamos decir que, por definirlos de alguna manera, los “Demócratas Liberales” (DL), lograron egoístamente dispersar la voluntad mayoritaria peruana, confundiéndonos con sus mensajes de marketing, sin plantearse como una seria alternativa de consolidación, modernización y amplia participación de nuestro re-incipiente sistema democrático; olvidándose dicho trío (asumamos que involuntariamente), que la democracia no sólo significa un voto quinquenal y punto, sino un sistema que tiene que implementarse y ampliarse a todo el aparato estatal, y más aún, de participación activa y permanente desde nuestras organizaciones locales y regionales hasta la máxima Dirección del Estado.
 Tirar de la cuerda hasta que se rompa que para cuando esto suceda ya no estaremos en el poder…”, parecían pensar frívolamente el trío DL.
Por otro lado, la posición Fujimorista podríamos decir que, por la experiencia vivida de su anterior decenio, también se nutre de alguna manera de este planteamiento, pero circunscribiéndose principalmente a un esquema de Libre Mercado y con una proactiva movilización asistencialista del estado (he aquí la diferencia fundamental), usándola como mecanismo de ilusión pasajera de las clases siempre desprotegidas y que identifican al Estado con un@s señor@s que diariamente salen en medios de comunicación a discutir temas que no implican su actividad diaria, llamados a ser partícipes activos sólo cuando las encuestas de simpatía hacia estos dirigentes desciende. Para ello no dudan en tomar medidas populistas y asistenciales cortoplacistas, para volverlos a acercar hacia su redil e incluso, si el tema se vuelve complicado, no dudan en cambiar leyes en favor de sus aparatos de poder, creando monstruos imaginarios para solventar su aprobación (desarticulación de partidos políticos, reestructuración del Poder Judicial, limitaciones en la libertad de expresión…).
Fuera de lo coincidente, en materia del marco macroeconómico entre el grupo DL  y el fujimorismo; éste último luce vivo en su ADN institucional, un concepto especial de entender la función del Estado en la sociedad, queriendo convertir a toda ella en su hacienda privada, y fomentando su perpetuidad en el poder, desfigurando las instituciones del Estado en su beneficio, tal como lo vivimos y sufrimos en la década de los 90’s, aunque ahora “dicen”, haberlo superado.
Sin embargo, el Sr. Humala logra conectar todo este sentimiento de frustración mayoritario peruano; aunque si lo evaluamos por su producción y gestión parlamentaria de los últimos cinco años, deja mucho que desear, así como su falta de franqueza y pro-actividad, en definir su claro perfil político, esperando a estos 12 últimos meses de campaña electoral para emitirnos un planteamiento de base: “ahora que vamos tan bien económicamente, ¿porqué no llega algo, de este chorro de dinero al desarrollo e inclusión a nuestro compatriotas satélites?”.
Hasta aquí parecería evidente que el Sr. Humala debería ser el candidato natural que el Perú necesita para sus próximos cinco años; el problema en sí no es éste. El problema radica en que hasta la fecha nadie sabe (excepto sus colaboradores más cercanos), el camino que este señor quiera tomar a partir del 28 de julio; porque todos sabemos que una cosa es decir y otra hacer.
 El tema es que el señor Humala es verdaderamente una “caja de pandora”, nadie (incluso el entusiasta Sr. MVLL, por muy premio Nobel que sea) podría poner la mano en el fuego y afirmar que tras esa imagen encorsetada, aprendida en sus años de cuartel, se esconda un remedo de un Hugo Chávez, Evo Morales o Rafael Correa; todos sabemos también que en sus filas del etno-cacerismo conviven, en profundo silencio, el más graneado movimiento de termocéfalos de una izquierda que además de radical, es rancia, torpe, resentida, inútil y nada pragmática, con los tiempos que corren y entorno en que vivimos.
El Sr. Humala se ha empeñado en que creamos que él representa un movimiento de izquierda moderna, como la liderada por el ex Presidente Lula Da Silva, que en su afán de borrar su pasado radical, a llegando a autodenominarse Social Demócrata (quizás porque contrató el servicio de marketing brasileño), sin embargo, sus gestos y actos nos rezuman un tufo mas bien autoritarios en la línea del dictador Chávez.
Ahora estamos ante un escenario muy delicado, en el sentido que nuevamente estamos llamados a elegir entre un par de caudillos, que no representan un aparato político o corriente social organizada, mas sí una sensación social.
Hemos de reconocer que las elecciones y voluntades populares democráticas, en cualquier sociedad del mundo, son decisiones mayoritariamente viscerales y poco racionales; y aunque las encuestas siempre perfilan mejor al candidato, en nuestro caso peruano, casi los rehace de pies a cabeza, para que una vez en el poder, se desmelenen furibundamente, provocando nuestra permanente frustración, vergüenza ajena y lo que es peor, una mayor polarización social.
Nos dicen que tenemos que elegir entre dos opciones, que aunque han obtenido el respaldo legal de las urnas y se han ceñido a lo que marcan las leyes, mayoritariamente sabemos, que tenemos dos opciones muy complicadas para un 44% de la población, es decir: la mayoría;  esto es, optar por alguna opción no deseada.
Claro, ante esto, nos preguntaríamos, “entonces, hasta que llegue el candidato adecuado ¿Qué hacemos?”.
La respuesta es sencilla pero compleja en su ejecución o quizás, más que compleja, diría valiente e ilusionante, casi un sueño posible; pero aunque parezca complicado, ¿por qué no soñar con lo mejor para nuestra sociedad, para nuestros hijos y familiares, en fin, para dejar una huella clara en nuestra historia social?, si al final es cuestión de animar a todos los que tenemos serias  dudas de ambos candidatos; ¿a optar por la tercera vía?
Voto Viciado, esto es anular ambas opciones, provocar hasta el último minuto, que lo que deseamos es un verdadero debate de principios básicos sobre los que todos los candidatos estén mínimamente de acuerdo; comprometiéndose mediante documento público y firmado (una especie del antiguo Pacto de la Moncloa de 1977 en España) a cumplir puntos tan elementales como:
·         Respetar el sistema establecido, en lo referido a la actual Constitución y sus Códigos.
·         Promover y modernizar el sistema democrático en todos sus niveles; redactar una moderna ley de partidos democráticos, que estén obligados a tener una participación activa, permanente y abierta en la sociedad; y con cuentas públicas y transparentes de financiación.
·         Exponer en las páginas Oficiales del Estado, utilizando canales vivos, como internet; los presupuestos, coste y evolución de las obras acometidas por todos los gobiernos locales, regionales y nacionales; así como un plan urgente de modernización y popularización de las TIC (tecnológica de la información y comunicación).
·         Legislar sobre una alta profesionalización técnica, de las estructuras superiores ministeriales, para que sean un verdadero y serio soporte despolitizado de la gestión política y económica para un Estado Moderno.
Votar Viciado no significa estar contra todo y contra todos, esta vez es hacernos escuchar; por suerte tenemos una pequeña ventana legal, por donde podemos expresar nuestra preocupación y nuestra honesta inquietud; todos los políticos saben exactamente lo que significaría un alto porcentaje de votos viciados, no sólo podríamos anular estas elecciones (se podría dar el caso), pero sobre todo que se sepa que puede existir no menos de un 30% de la población, que no se sientan representados, no sólo por el que salga elegido, sino por todo el establishment circunstancial, que ocuparían los puestos de responsabilidad alrededor de estos candidatos que pueden ser, si no lo son ya, unos simples mascarones de proa.
Un alto porcentaje de Votos Viciados, para cualquier político, es peor que cualquier revuelta callejera, huelga nacional o descenso en las encuestas; es saberse que es un líder dudoso, con poca representatividad y que si no busca, provoca o anima a un amplio y serio consenso nacional, su futuro y lo peor de todo, el futuro de nuestro país, por lo tanto será llegar, más pronto que tarde, a una eclosión social sino es a una guerra civil; razones y caldo de cultivo, existen.
Ante ello, solo pueden estar satisfechos los militantes (que aún existen y muchos) de movimientos radicales, porque verán en estos acontecimiento catastróficos el encendido de la mecha, de los principios marxistas y de un supuesto “nuevo amanecer” de seres desgarrados y mutilados, por el odio y la violencia.